517



Alberto se levantó de la cama. Se pegó una ducha caliente. Agarró el diario. Abrió la heladera. El desayuno era un ritual que le era imposible pasar de largo.
Sin embargo, en ese momento, algo pasó. No sabía muy bien qué era, si un recuerdo o una imagen que no había visto nunca. Era algo que le resultaba  familiar, pero que no llegaba a divisar con claridad. Tuvo por un momento la sensación de estar frente a algo irremediablemente propio y desconocido a la vez.
Sacó la mermelada y el pan negro, el agua hervía en la pava con delicadeza. Se preparó el café  mientras acariciaba a su gato. Esa mañana lo notó tenso, rígido. Era como si se mantuviera en alerta constante  y  solo se dejara acariciar por  falsa cordialidad. No lo reconocía en lo mas mínimo.
Volvió a pensar en los rostros que había visto la mañana anterior. Él se tomaba la 517 todos los días a la misma hora. Tuvo frente a sí  a los espectros que compartían aquel mínimo espacio con él. La turba de estudiantes y vendedores ambulantes, los ojos perdidos del tropel de albañiles que dejan caer sus rostros cansados por las ventanillas de los bondis.
De repente se recordó a sí mismo en ese colectivo, encorvado y sombrío, derritiéndose en su asiento una mañana de primavera. Mirándose los zapatos recién lustrados. El barullo de los autos alrededor se perdía  en el fondo de sus oídos y el aliento adormilado de esa masa callada que toma  los colectivos a las 6 de la matina lo mantenía despierto.
Vuelve a cerrar los ojos, su semblante es duro e inexpresivo. Suspira y piensa mordiéndose los labios, apretando el diario con  ira entre sus manos. Estalla en un quejido silencioso. Una explosión sin sonido.
¿Estamos condenados de por vida a vivir esta parodia  todos los días? A veces me pregunto si encontraremos los tripulantes de ese colectivo de mierda, en el  momento justo en el que estamos respirando el mismo aire, y vemos y oímos las mismas cosas. ¿Encontraremos alguna forma de morir con más entusiasmo? ¿Aunque sea con algo más de coraje?
Cada minuto que pasa imita al anterior, como una rueda delirante que va hacia ningún lado…
Súbitamente se sorprendió de  tales pensamientos, siempre se había tenido por un hombre sin muchas singularidades, buen hijo, trabajador intachable, buen padre de familia. Siempre había respondido satisfactoriamente a lo que se esperaba de él, y siempre se había sentido lo suficientemente cómodo con esa situación.
Pero esa mañana al abrir la heladera, esa imagen lo estremeció. El hecho de no saber bien qué era aquello lo dejó en una situación de desparpajo permanente. A él que siempre sabía perfectamente lo que tenía que  hacer, a él que tenía cada minuto de su vida planificado a la perfección, a él que mantenía  una seguridad permanente con todas las cosas que lo rodeaban.
Miró al gato que lo relojeaba con una mirada turbia, el café hacía mucho que había muerto en el crepúsculo de la mañana. Debería pararse e irse a tomar el colectivo, pero en ese momento sintió que no podía hacerlo. Esa imagen, esa puta  imagen ¿Qué se supone que es? Las manos rodeaban su cara, no podía ser que una imagen  le obsesionara de esa manera, no podía entender cómo algo que no se podía definir tajantemente lo estuviera torturando así.
Quizás ya era hora, había que hacerlo en ese momento. Solía guardar en el placar una 9 milímetros mal limada. Siempre pensó que la utilizaría  cuando invadieran su propiedad la  gente que no tiene perdón de dios. Se dirigió hacia el placard, la tristeza es como una nebulosa gris, es jalea deslizándose por tu cabeza dulcemente, es sentirse apaleado por los cuatro costados sin saber bien hacia donde correr, la sintió de verdad cuando su esposa lo abandonó. Ese día fue la fatalidad en flor.
Recogió la 9 milímetros, la miró con ternura. La última vez que la había utilizado había sido en el polígono de la policía federal, su viejo amigo poli le había conseguido los papeles, la pistola y todo lo que hiciera falta para portar un fierro. Esta vez no fallaría, ya lo había intentado antes , pero siempre  había algo para hacer después que lo detenía .
Puso el caño en la boca, se sentía cómodo y placentero, quizás era momento de decir chau pineda. De pronto sin que mediaran respuestas, lo recordó, fue mágico, era ella.
Ella era la imagen que no tenían nombre. Sacó el fierro de la boca. Estaba salvado una vez más. Ella era la respuesta a todo.
De repente  llegó, le tocó la espalda, era la virgen María purísima que venia a salvarlo. La misma que veía en el fondo de las estampitas  de cada uno de los pibes que venden estampitas en la 517. Ella era la imagen incómoda, ella venía a redimirlo. La virgen miró su cara con piedad, él se sintió con total recogimiento como nunca lo había sentido. La virgen tomó su mano que aún sostenía la 9 milímetros, la colocó justo en el costado izquierdo de la cabeza. Ahora entendía todo con total claridad.
Se  sonrió, juntos apretaron el gatillo lentamente, con dulzura, con todo el amor que le quedaba . Su cabeza explotó en veinte fragmentos inconclusos. Su rostro mostraba signos de beatitud, había encontrado al fin  la paz. El colectivo volvió a pasar, como todos los días.

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